EL PEQUEÑO LAMA SHELDRA

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En un monasterio Budista enclavado en lo más alto de una roca a las afueras de la ciudad de Lhasa, vivía un pequeño lama que había sido reconocido como la reencarnación de un viejo Abad, perteneciente a un monasterio del Tíbet.

Este era un niño que al igual que el resto de sus compañeros, jugaba en el patio de la Lamasería y hacia sus estudios de astrología, medicina, filosofía etc. sin destacar prácticamente en nada del resto de sus compañeros. Tan solo había algo que lo hacía ser un poco diferente de los demás, y es que era un niño muy reservado.

Un día en una clase con el Lama Dorje Geshe Kelsag, que era uno de sus maestros y tutor, después de haber hablado sobre la vacuidad de la mente durante largo periodo tiempo y de haber hecho una corta meditación, se levantó y con pasos lentos y muy cortos, se dirigió hacia los pasamanos de piedra que se encontraban en el exterior del aula, y dando un pequeño salto se sentó sobre uno de ellos.

Nada mas acomodarse dejó que sus piernas colgasen sin ningún tipo de presión y seguidamente comenzó a moverlas hacia adelante y hacia atrás. Unas veces más rápido y otras más lentamente.

Unos diez minutos más tarde el resto de sus compañeros habían terminado la meditación y saliendo a la calle vieron a su amigo Sheldra, pues era así como se llamaba. Sentado y moviendo las piernas de aquella forma tan incesante como ridícula. Después de transcurridos varios minutos observándolo, uno de aquellos pequeños le preguntó un tanto desconcertado.

¿Qué haces ahí sentado Sheldra?

El joven Sheldra lo miró tiernamente y sin responder a su pregunta continuó con su movimiento.

Mientras tanto sus compañeros comenzaron a decirle.

Estas tonto ¿o qué?

Sheldra las piernas están hechas para caminar cuando se está de pie y no sentado, le aclaro otro.

Chico tú has de gobernar tus piernas y no ellas a ti, le dijo otro de ellos, provocando las risas del resto de los niños que en esos momentos se habían reunido alrededor del pequeño. El lama Dorge que durante aquel tiempo se había mantenido al margen de lo que estaba sucediendo, les recriminó su actitud y haciendo sonar las palmas les pidió que fuesen a jugar al patio, mientras no empezara la siguiente clase. Cuando todos se habían marchado se dirigió a Sheldra preguntándole.

¿Qué te sucede, ¿por qué haces eso?

Por un breve instante, el niño detuvo el movimiento de sus piernas y después de observar atentamente a su tutor, le obsequió con una amplia sonrisa y continuó con su movimiento.

De nuevo le increpó el Lama para decirle: Sheldra si no me respondes ahora mismo tendré que ir en busca del Abad.

Pero él completamente indiferente a todo lo que estaba sucediendo a su alrededor, siguió sin dar respuesta alguna y moviendo sus pequeñas piernas de adelante hacia atrás.

El Lama al ver que Sheldra no cesaba de su actitud se marchó en busca del Abad. Una vez lo hubo encontrado, le relató lo acontecido y juntos fueron al encuentro del pequeño.

Cuando el Abad se encontró frente al niño, éste había dejado de mover sus piernas, aunque aún seguía sentado sobre los pasamanos.

Pequeño, comenzó el Abad, ¿te das cuenta de que con tu compostura estás preocupando enormemente a tu tutor? Espero que nos des una explicación satisfactoria.

El niño sin esperar a que terminara, miró detenidamente al Abad y tras brindarle una tierna sonrisa, desvió su mirada hacia el movimiento de sus piernas.

Este niño es un insolente, afirmó el Lama un tanto disgustado.

Está poseído por espíritus demoníacos. Tendremos que consultar el oráculo, manifestó el Abad con gran preocupación.

Una vez consultado el oráculo, decidieron llamar a los monjes y lamas del monasterio, reuniéndolos a todos en una gran sala ante la figura del Buda Sakiamuni, y comenzaron a recitar mantras y a pronunciar oraciones para alejar a los demonios de aquel lugar.

Mientras tanto Sheldra, observaba como un recién llegado haraposo y delgado, se estaba aproximando hacia donde él se encontraba. Este se puso delante del niño y después de mirarlo detenidamente, empezó a manosear lentamente su voluminosa y descuidada barba.

Pasados unos minutos, se sentó al lado del pequeño moviendo las piernas de la misma forma en la que lo había estado haciendo Sheldra.

Éste al ver aquel desconocido, dirigió su mirada hacia el interior de la Lamisería y comenzó a reírse grandemente, contagiando a su extraño acompañante.

Los Lamas al percatarse de aquella escena tan irrespetuosa, salieron al exterior en compañía del Abad, que indignado por aquella situación les recrimino diciendo.

Sois ciegos, conducidos por unos demonios más ciegos que vosotros. Oídos sordos deberías de hacer a las palabras necias, que a vuestras mentes os llegan conducidas por esas penosas almas.

Vosotros sí que sois necios, sordos y ciegos, contesto el anciano mirando penosamente a todos los que allí se encontraban. Porque éste pequeño os está hablando desde hace ya tiempo y no le estáis escuchando. Ciegos también sois, porque no veis que las palabras no os dejan ver más allá de sí mismas.

Él mueve sus piernas conscientemente y vosotros no, él es el dueño de sí mismo y vosotros no.

Nunca escuché una estupidez más grande que ésta, dijo uno de los lamas que allí se encontraban. Todos movemos el cuerpo a nuestro antojo.

No sois capaces ni de ver vuestra ignorancia, contestó el anciano. Y llamáis necio a un niño que lleva horas tratando de decir, que hay que dejar la mente a un lado y solo utilizarla cuando sea necesario.

Necesitáis de las piernas para caminar y no para cuando estáis sentados. Si siguen moviéndose cuando estáis sentados entonces es que sois unos neuróticos.

La mente es para utilizarla cuando la necesitamos y no para que ella nos utilice a nosotros. Acabado de decir esto, cogió al niño en sus brazos y ambos se fueron de aquel lugar.

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