EL LIBRE ALBEDRÍO AL SERVICIO DEL ESPÍRITU
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Ocurrió en una antigua escuela de Oriente, cuando allá en medio de las flores del jardín, bajo las amplias sombras de los inmensos árboles entre los cuales se construyen los templos, un sabio monje instruía a sus ansiosos discípulos, y les decía:
EL SILENCIO MENTAL.
Cuando la boca habla la mente se ocupa y deja de aprender. Cuando la boca calla la mente se abre y la comprensión del universo penetra en él. Que su boca se abra únicamente para dar luz a aquel que se las haya pedido. Practiquen la contemplación, porque sólo en el silencio mental puede Dios hacerse presente en ustedes. La naturaleza es un libro abierto que explica los secretos del universo a aquél que está dispuesto a escucharla.
Maestro, preguntó uno de los discípulos; muchas veces he observado a las flores, a las aves, y a las hormigas y me he preguntado si lo que veo será un mensaje, pero no alcanzo a comprender lo que las flores, las aves o las hormigas me quieren dar a entender; si de pronto escucho un ruido, me pregunto si es un mensaje, si voy caminando por el bosque y aparece de pronto un jabalí me pregunto si es un mensaje, no sé si defenderme o correr.
No sé si matar a las arañas y víboras que en ocasiones amenazan mi cuerpo o aprender que debo ser mordido o picado por ellas y entonces, aprender una lección.
No sé si el río me invita a bañarme o me invita a respetarlo para no lastimar sus aguas.
No sé si las flores me dicen que son bellas donde están o me hablan que debo cortarlas para tener presente siempre, que ellas existen.
No sé si cortar las frutas de los árboles y comerlas o debo respetar su vida y dejarlas donde está.
No sé si debo caminar observando de no pisar ninguna hormiga porque es hermana mía en la creación, o debo simplemente ignorar que ellas se encuentran a mi paso y que tarde o temprano estaré matando algunas.
Dime maestro cuál debe ser mi actitud y cuál es la enseñanza que la naturaleza nos brinda en cada momento.
EL CAMINO INTERIOR.
El anciano monje le contestó:
De la misma manera como Dios ha dispuesto que las cosas del cielo se encuentren en el cielo, y las de la tierra se encuentren en la tierra.
El camino que el discípulo de la verdad sigue, es un camino interior. Y si para andar ese camino tus pies tienen que recorren los campos pues que lo hagan.
Es el cuerpo el que se encuentra sometido a las leyes de la tierra, pero es tu alma la que vuela en libertad hacia el Dios que te espera.
No confundas la misión divina del espíritu con las leyes mundanas que tu cuerpo debe obedecer.
Mantén las alas desplegadas de tu espíritu, mientras tu cuerpo camina por el mundo obedeciendo las leyes de la tierra, y manifestando esa grandeza interior.
Así como al árbol de manzanas no le preocupa que haya hombres o pájaros que disfruten de sus frutos y los suelta llegado el momento.
De la misma manera tú puedes caminar por el mundo sin inquietarte si tu cuerpo físico obedece o no las leyes de la naturaleza, llegado el momento lo abandonarás y tu espíritu volará con inmenso gozo, más allá de las estrellas.
De la misma forma como el río corre saltando los obstáculos en su carrera hacia el mar, así el alma humana corre presurosa tras los llamados de su Padre divino y si a su paso tiene que dejar cuerpos y existencias, lo hará sin preguntarse si es o no correcto.
Y las vidas en la tierra se sucederán una tras otra formando collares inmensos tan sólo para que el alma pueda alcanzar esa herencia divina que le corresponde como hija de Dios.
Así pues deja que tus ojos miren la tierra que pisas pero no confundas el destino de tu alma con los laberintos de tu cuerpo.
EL TRABAJO INTERNO DEL DISCÍPULO.
El discípulo iba a seguir preguntando, pero el maestro cruzó sus labios con el dedo índice en señal de silencio.
La mente del discípulo seguía agitada buscando, pero bien conocía que cuando el monje hacía el símbolo del silencio, significaba que la lección había terminado.
Se levantó entonces y se fue a caminar por en medio de los árboles, y su mente seguía pensando ¿qué es lo que me quiso decir? Ahora mismo no sé si puedo sentarme en esta piedra o realmente la estoy ofendiendo, ¿qué es lo que debo hacer?
Mientras sus pasos lo guiaban inconscientemente hacia el río, observó entonces que una enredadera había trepado hasta una pequeña palma cubriendo todas sus hojas. Aunque había pasado por ese mismo lugar muchas veces, no había observado ese hecho.
Se acercó y empezó a ver que la palma languidecía. Sus hojas se habían vuelto amarillas y manifestaban evidentemente una falta de fuerza: "ha de ser la falta de sol, esta enredadera ha cubierto todas sus hojas y ahora la palma morirá, si antes la enredadera no lo hace". Y entonces pensó; "seguramente la enredadera cumplía con sus funciones de perseguir a la luz solar y en su esfuerzo por acaparar la mayor cantidad de energía, encontró a su paso a esta palma y la usó para crecer. Ahora la palma se muere seguramente sin que la enredadera lo sepa.
El maestro nos ha dicho que aprendamos de la naturaleza. "Significa entonces, que cada quién debe seguir los impulsos de su cuerpo sin preocuparnos de la consecuencia que esto tenga".
El discípulo se alegró porque creía haber encontrado una respuesta. Siguió caminando hasta llegar al río, y su sorpresa fue grande cuando encontró al maestro que le sonreía y le hacía la señal de que se acercara y le dijo:
Las enredaderas no tienen libre albedrío.
El discípulo quiso preguntar, pero ya el índice había cruzado sus labios y el maestro se alejó.
El discípulo quedó sumergido nuevamente en inquietudes y ahora se preguntaba: ¿qué habrá querido decirme el maestro?
Seguía pensando en la enredadera. Efectivamente, había seguido su impulso natural, pero ella no podía decidir sus acciones.
Regresó entonces hasta donde estaba la palma y un impulso interior lo hizo cortar algunas ramas de la enredadera de tal forma, que liberara algunas de las hojas de la palma para que pudiera recibir la luz del sol, y a la enredadera no le quitaba el soporte que ella misma había encontrado para seguir su crecimiento. Pensó entonces; "el hombre puede modificar su entorno con el ejercicio de su libre albedrío y puede entonces fabricarse un destino. Y puede decidir lo que es correcto e incorrecto. Entonces el ser humano tiene que hacer uso de su libre albedrío y no dejar que su cuerpo se someta como esclavo a las leyes naturales".
El discípulo se sintió nuevamente feliz y caminó de regreso hacia la escuela, y justo cuando iba a entrar se encontró nuevamente a su maestro, lo miró a los ojos y le dijo:
El libre albedrío debe ser puesto al servicio del espíritu. El espíritu debe tomar las riendas. Y se alejó sin dar tiempo a que el discípulo volviera a preguntar.
Éste regresó a su aposento y se sumergió en meditación interior. El libre albedrío debía ser puesto al servicio del espíritu. Querría decir entonces que es el espíritu el que debe decidir los pasos que hay que dar en la vida. Y el discípulo fue quedando sumergido en la inconsciencia hasta que el sueño lo alcanzó y en sus imágenes mentales se veía en medio de un gran campo cubierto de flores y frente a él, se encontraba un gran ser luminoso y con una mirada profunda que le decía:
Que tu corazón y tu mente sean siempre una sola cosa.
Que tus manos y tus pies te llenen de lo que tu corazón y tu mente descubran.
Que tu boca se abra para hablar lo que tu corazón siente, y que tus ojos reflejen lo que tu mente ha comprendido.
Sólo hasta entonces, el discípulo reconocía que ese gran ser que se encontraba frente a él, era él mismo.
El discípulo abrió los ojos y no pudo evitar derramar lágrimas de felicidad.